Revista XXVIII No. 1 de 2021

El opio en Occidente durante la Antigüedad y la Edad Media

El opio en Occidente durante la Antigüedad y la Edad Media

Andrés López Restrepo. Profesor Universidad Nacional de Colombia

Resumen: El opio ha sido la droga más importante con que ha contado el ser humano debido a que su capacidad de aliviar casi cualquier dolencia fue reconocida desde muy temprano. Este articulo sintetiza su historia en Occidente durante la Antigüedad y la Edad Media considerándolo en sus dos dimensiones de droga y de mercancía, pues la posibilidad de usarlo depende de su disponibilidad. Los orígenes del opio se encuentran en el Mediterráneo oriental en una fecha aún no determinada. Desde la Antigüedad clásica ha sido reconocido como una droga poderosa que consumida en exceso puede hacer daño, incluso provocar la muerte. Aunque fue olvidado en Europa occidental durante los primeros siglos de la Edad Media, su conocimiento fue preservado en Bizancio y el mundo musulmán, desde donde fue transmitido a la medicina occidental en la Baja Edad Media. El medio más común de recetar e ingerir el opio desde tiempos de Galeno ha sido en forma de triaca, un compuesto de ingredientes muy diversos que fue el principal tratamiento frente a las pestes que asolaron a Europa desde la Edad Media. Los occidentales no usaron el opio con fines principalmente recreativos en este período. 

Palabras clave: opio, triaca, droga, historia, Antigüedad, Edad Media, Galeno, Escohotado. 

Abstract: Opium has been the most important drug that the human being has had because its ability to alleviate almost any ailment was recognized very early. This article summarizes its history in the West during Antiquity and the Middle Ages, considering it in its two dimensions of drug and merchandise, since the possibility of using it depends on its availability. The origins of opium are in the eastern Mediterranean at a date not yet determined. Since classical antiquity it has been recognized as a powerful drug that, when consumed in excess, can cause harm, even cause death. Although it was forgotten in Western Europe during the first centuries of the Middle Ages, its knowledge was preserved in Byzantium and the Muslim world, from where it was transmitted to Western medicine in the late Middle Ages. The most common means of prescribing and ingesting opium since Galen's time has been in the form of theriac, a compound of very diverse ingredients that was the main treatment against the plagues that plagued Europe since the Middle Ages. Westerners did not use opium for primarily recreational purposes in this period.

Key words: opium, theriac, drug, history, Antiquity, Middle Ages, Galen, Escohotado.

 

El opio ha sido una droga fundamental para el género humano desde época muy remotas y eso es suficiente para justificar el conocimiento de su historia. En este texto se sintetizará su devenir durante la Antigüedad y la Edad Media. Su naturaleza narcótica permite hacer más llevadera casi cualquier dolencia, aunque no la cure. Algunos médicos vieron con preocupación sus efectos, aunque nunca fue prohibido. Además de una droga, el opio es una mercancía que requiere la participación de muchas personas en su producción y comercio. Por eso es necesario interesarse por su doble naturaleza, a la vez fármaco y mercadería, para tener un entendimiento adecuado de su evolución. Existen diversas monografías que dan cuenta de ciertos hitos de esa historia y algunas obras que presentan un panorama más amplio. Aquellas son poco conocidas; estas son simples textos de divulgación que recogen algunos eventos importantes y los mezclan con anécdotas sugerentes en un lenguaje popular y cuyos autores son narradores que buscan entretener, no presentar el estado actual del saber sobre el opio. Ejemplos recientes de este último género son Booth (1996), Dormandy (2012) e Inglis (2018). Este artículo pretende proporcionar una síntesis actualizada que recoja y ponga en una perspectiva histórica amplia el mejor conocimiento disponible sobre el opio en el mundo occidental durante la época anterior a la modernidad. De paso, busca rebatir algunos equívocos que existen sobre la materia, en particular los que tienen su origen en el libro de Escohotado (1998), que ha sido en las últimas décadas la obra de referencia sobre el tema de las drogas en el mundo de habla hispana. Se espera extender esta historia a períodos posteriores y a otras regiones del mundo en un futuro próximo.  

El opio se extrae de la adormidera. Esta planta también ha servido como alimento y fuente de aceite, pero el opio ha sido la más importante de sus aplicaciones. El opio fue probablemente la primera droga descubierta por el ser humano y ha servido desde tiempos prehistóricos para calmar el dolor, como específico contra la fiebre y dolencias gastrointestinales y para inducir el sueño. Todas estas cualidades se deben a su principal alcaloide o principio activo, la morfina, que también genera placenteras fantasías, lo cual llevó a muchos de sus usuarios a descubrir otra de sus características: los efectos adictivos. Además, una sobredosis puede provocar la muerte1. La relación entre la adormidera y el hombre es muy estrecha y muy antigua, tanto que las poblaciones actuales de la planta son todas producto de la selección humana. Dada la inexistencia de poblaciones silvestres, no es posible determinar con exactitud el lugar de origen de la adormidera, así como su evolución botánica e histórica, y lo que se diga al respecto es poco más que conjetura. Durante milenios el uso del opio estuvo restringido a sus fines terapéuticos en el marco de las concepciones médicas imperantes en ese momento. En líneas generales, el hombre primitivo y las primeras civilizaciones del Medio Oriente atribuyeron las dolencias físicas a la intervención de los dioses, pero siempre que pudieron trataron los síntomas físicos con remedios como el opio, que la experiencia reveló como eficaces. La medicina hipocrática, que es el repositorio del conocimiento médico griego escrito, explicó la etiología de las enfermedades mediante causas exclusivamente naturales. Sin embargo, la creencia en la intervención sobrenatural para interpretar la salud y la enfermedad se mantuvo en la medicina popular y volvió a ser la explicación por defecto con el triunfo de la Iglesia cristiana en Occidente. Los musulmanes, a la vez que preservaron y enriquecieron el legado médico grecorromano, fueron los primeros en aceptar y disfrutar de manera generalizada las posibilidades sensuales que ofrecía el opio. Gracias a la preservación de su conocimiento en el mundo musulmán y en Bizancio, Occidente pudo recuperarlo en la segunda mitad de la Edad Media.

Los pueblos prehistóricos que hallaron la planta en su hábitat debieron sentirse atraídos por la apariencia de la flor y por sus semillas comestibles. Las primeras evidencias de la planta provienen de diversos sitios de la región Mediterránea. En un poblado cercano a Roma correspondiente al Neolítico Temprano, hacia el año 5700 a.C., se hallaron semillas de adormidera (Merlin, 2003, p. 302; Chouvy, 2001, p. 183). Aparece también en varios lugares de la meseta suiza y el centro de Europa, de condiciones particularmente adecuadas para la conservación de restos fósiles y que corresponden al Neolítico Tardío, hacia el año 3000 a.C. Los pueblos del occidente y centro de Europa cultivaron la adormidera o la obtuvieron de terrenos en barbecho para su empleo como alimento de humanos y animales. No obstante, ignoraban cómo extraer el opio de la cápsula de la adormidera, no percibieron sus efectos narcóticos y tampoco existen evidencias de que usaran la adormidera con fines medicinales, recreativos o rituales; en el mejor de los casos conocieron el efecto calmante de las cápsulas inmaduras de la planta, que consumían directamente o, lo más probable, en forma de infusiones o decocciones que les proporcionaban dosis relativamente bajas de alcaloides. La adormidera debió ser introducida al Mediterráneo oriental y Oriente Próximo desde Europa central u occidental en el contexto de la gran expansión comercial que tuvo lugar hacia fines del período prehistórico, durante la Edad del Bronce Tardía, entre los años 1600 y 1200 a.C. y en todo caso antes del año 500 a.C. (Merlin, 1984, pp. 45-189). A partir de entonces, el centro de gravedad del cultivo de adormidera se desplazó al Mediterráneo oriental, mientras que la explotación de la planta parece haber desaparecido de Europa occidental.

Fue en el Mediterráneo oriental que se descubrieron las propiedades narcóticas y terapéuticas de la adormidera y se produjo el opio por vez primera. Se ha sugerido que la adormidera pudo haber sido cultivada en Creta con el propósito de aprovechar el látex desde mediados del segundo milenio a. C., de donde se habría difundido, primero a Chipre y luego hacia Egipto, durante la primera mitad de la Dinastía XVIII, entre los siglos XVI y XIII a. C. (Merrillees, 1962; Crawford, 1973, p. 231). Sin embargo, la evidencia arqueológica sobre la cual se fundan estos reportes ha sido refutada. El análisis químico de los potes usados para el comercio entre Chipre y Egipto a mediados del segundo milenio a.C., mediante el método de la cromatografía líquida acoplada a espectrometría de masas (LC-MS, por sus siglas en inglés), no pudo detectar la presencia de morfina (Counsell, 2008, pp. 196-204). También se ha afirmado que la presencia del opio en Egipto sería confirmada por el famoso papiro Ebers, datado hacia 1550 a.C., el cual contiene más de 800 recetas, una de las cuales es la primera que se conoce para calmar el llanto de los niños. Se ha propuesto que uno de los ingredientes de esta receta, que se escribe shepen, es en realidad opio. Sin embargo, no existe ningún otro registro de esa palabra en los documentos conservados del antiguo Egipto y parece ser que el único fundamento de la traducción es el hecho de que el opio ha sido utilizado en períodos más recientes para tranquilizar a los infantes, de donde se habría deducido que el componente desconocido de una receta egipcia para apaciguarlos debe ser esa droga, lo cual es un argumento bastante cuestionable (Merlin, 1984, pp. 273-280). En suma, no existen evidencias sólidas sobre la presencia de opio en Egipto durante este período.

Egipto debió conocer el opio en alguna fecha posterior a la mitad del segundo milenio a. C., pero no hay certeza de su producción o de su consumo sino hasta el período ptolemaico. Los únicos registros de la producción de adormidera con fines comerciales corresponden al siglo III a. C., en propiedades pertenecientes o administradas por los griegos que llegaron tras la conquista de Alejandro de Macedonia, que usaban sus semillas para extraer aceite. Las condiciones en Egipto eran particularmente favorables para la adormidera, con sus frías noches y largos días de sol constante. Al parecer los cultivos se hacían en terrenos marginales que fueron afectados por una creciente salinización, por lo que desaparecieron para el siglo II a. C. El único uso indudable de la palabra adormidera en un texto médico del período faraónico corresponde a ese mismo siglo y es una transliteración demótica del término griego para la planta. Este préstamo sugiere que la adormidera fue introducida en la práctica farmacéutica local durante el período ptolemaico, cuando se la usó en cocimientos simples como analgésico y tranquilizante. El opio debió ser producido localmente en algún momento entre la introducción de la adormidera y el año 37 d. C., al que corresponde el primer registro preservado de una transacción de la droga. Es de suponer que el opio era producido en pequeña escala para consumo familiar o para la venta local, a partir de adormideras que crecían de forma silvestre alrededor de los campos de cereales. La planta era machacaba para obtener la droga y, dado que el opio es de sabor amargo y olor desagradable, se prefería administrarlo mediante supositorios y enemas. Su producción y comercio comenzó en firme tras la ocupación romana del año 30 d. C. El opio se reveló entonces como la mercancía perfecta: compacta, valiosa y duradera (Crawford, 1973, pp. 232-251; Lang, 2012, pp. 170-171).  

 

En el mundo grecorromano el opio fue considerado una droga poderosa e impredecible, que por tanto debía ser usada de manera cuidadosa. La adormidera habría sido introducida en Grecia hacia el año 1600 a.C. y para fines del siglo XII a.C. haría parte de la vegetación semisalvaje. Según algunas evidencias indirectas, en los años 1400-1200 a.C., durante el período micénico, la planta habría sido usada en rituales religiosos y mágicos, aprovechando su capacidad de generar euforia y alterar la mente. La adormidera fue identificada con la diosa Démeter, que simbolizaba fenómenos tan dispares como la fertilidad, la salud, la vida y la muerte (Merlin, 1984, pp. 190-250). Los griegos también usaron la adormidera y sus semillas con fines médicos. Aunque consumieron opio, nunca lo produjeron en territorio continental y debieron introducirlo desde otros lugares del este del Mediterráneo. La droga era costosa, por lo que se importaba en pequeñas cantidades destinadas al consumo de la élite. Llegaba en un bloque sólido, del cual se cortaba una parte que era disuelta en algún líquido para ingerir. En la Odisea, cuando la tristeza se apoderó de los invitados al banquete ofrecido en Esparta en honor a Telémaco, Helena compartió una droga que les hizo olvidar su abatimiento. Esa droga, que Helena dijo procedía de Egipto, ha sido identificada como una preparación de opio (Homero, 1982, pp. 148-149; Booth, 1996, p. 18). Sin embargo, por lo expuesto anteriormente, no es factible que el opio hubiese sido producido en Egipto en el siglo VIII a.C., fecha en la que suele datarse la Odisea. 

Durante la Grecia clásica, los dioses mellizos Hipnos y Tánatos, que representaban el sueño y la muerte, eran mostrados con adormideras en sus coronas o sus manos, sugiriendo que los griegos reconocían que el sueño inducido por el opio traía descanso e inconciencia, pero que una sobredosis podía ser fatal (Merlin, 2003, p. 310). La medicina hipocrática consideraba que el hombre estaba gobernado por las mismas leyes físicas que el cosmos y, así como los filósofos pretendían descubrir esas leyes a través de la razón, los médicos trataban de revelar la operación del cuerpo mediante la observación, la experiencia y el debate racional, sin apelar a la intervención divina. Por primera vez la medicina fue profesada al margen de la religión. El núcleo de la concepción hipocrática era que el cuerpo funcionaba gracias al equilibrio de cuatro humores o fluidos (la sangre, que era el más importante, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema) que respondían a las cuatro cualidades básicas de todas las cosas físicas (húmedo y seco, caliente y frío); cualquier desequilibrio de estas cualidades físicas producía un desbalance de los humores y podía conducir a una enfermedad. La tarea del médico era preservar o restablecer la armonía de las cualidades físicas y de los humores y para ello contaba con tres recursos: la dieta -que incluía no solo la comida y la bebida sino todos los aspectos de un régimen saludable, como el ejercicio, el sexo, el baño y el sueño-, las drogas y la cirugía. Los hipocráticos daban precedencia a la dieta, cuya misión era colaborar con “el poder curativo de la naturaleza”, en caso de ser necesario prescribían drogas y solo como último recurso practicaban cirugías. El opio es mencionado trece veces en el corpus hipocrático; nueve de las referencias corresponden a los tratados ginecológicos, lo cual sugiere que su aplicación más frecuente era en los partos (Porter, 1997, pp. 44-62; Scarborough, 1995, p. 5; Nutton, 2013, p. 96). Esa reticencia frente al uso de las drogas fue compartida por Platón, que en el Timeo dice que es preferible que las enfermedades sigan su curso natural en lugar de “excitarlas” con drogas, pues “cuando se pone fin a la dolencia con medicamentos antes del tiempo de duración que le es propio, de suaves y pocas enfermedades suelen ocasionarse muchas y graves”, por lo que solo deben emplearse en situaciones extremas (Platón, 1992, vol. VI, pp. 256-257). 

Los griegos cultivaban la adormidera en jardines y huertos y la usaban como alimento y para hacer una infusión simple con sus cápsulas que calmaba el dolor e inducía el sueño. Los médicos recomendaban el opio como analgésico y narcótico, aunque también existen registros de su utilización para el tratamiento de muchos otros males. Hipócrates dijo que el opio tenía la propiedad de enfriar, lo que inducía el sueño, pero en cantidades excesivas producía la muerte. No existe mención alguna a personas esclavizadas o embrutecidas por su consumo, a diferencia del alcohol, cuyo abuso se identificaba con la estupefacción o el embotamiento espiritual, aunque sí se insiste mucho en los riesgos que pueden derivarse de su uso terapéutico, incluida una sobredosis mortal. El acostumbramiento a la droga no estaba mal visto; por el contrario, la familiaridad le quitaba su carácter tóxico. Desde el siglo IV a. C. la medicina griega y helenística investigó la posibilidad de crear un antídoto para ser usado contra las picaduras de serpientes y otros animales venenosos. Ese antídoto adoptó la forma de un compuesto en el que se mezclaban diversas hierbas y especias, incluido el opio, en una mezcla de miel y en ocasiones vino. El más famosos de esos antídotos fue el mitridato, que habría sido desarrollado por el Mitrídates el Grande, rey del Ponto, a fines del siglo II a.C. Los romanos se hicieron a la receta tras derrotarlo y Andrómaco el Viejo, médico de Nerón, cambió su composición añadiéndole carne de víbora (bajo el principio de la similitud) y mayores cantidades de opio. La fórmula de Andrómaco fue designada con la palabra griega theriake, que se deriva del término therion, animal salvaje o venenoso, y se conoce en español como triaca. Muchos médicos desarrollaron sus propias fórmulas de triaca y con el paso del tiempo estas adquirieron una inusitada complejidad, con hasta cien ingredientes vegetales, animales y minerales, que solían incluir víbora y en muchas ocasiones opio. Por lo general era ingerida en una píldora o una solución de agua, vino o miel, aunque también podía ser aplicada en la piel. Sus principales demandantes eran aquellos gobernantes que temían ser envenenados y consumían una dosis diaria para hacerse inmunes (Watson, 1966, pp. 5-12; Porter, 1997, p. 192; Escohotado, 1998, pp. 133-134 y 138-144; Dormandy, 2012, p. 19). 

 

La terapéutica de los romanos cambió poco con respecto a los griegos y se mantuvo la preferencia hipocrática de la dieta sobre las drogas y de las drogas sobre la cirugía. Los romanos también emplearon el opio como medicina y Ceres, la versión latina de Deméter, usaba la droga para olvidar los pesares y aliviar los dolores del parto. El nombre de esta diosa hace referencia a los cereales, aunque en sus representaciones porta sistemáticamente en vez de la espiga una cápsula o haz de adormidera. Catón fue quien primero mencionó el cultivo de la amapola hacia el año 164 a.C. (Catón el Censor, 2012, p. 88). El opio era un recurso insustituible para múltiples terapias, sobre todo como analgésico y sedante. Solía ser consumido con miel para disimular su amargor. Los primeros análisis sistemáticos de botánica terapéutica fueron realizados por Dioscórides, un griego que fue cirujano militar en tiempos de Nerón y cuya De materia médica constituye el tratado farmacológico más notable e influyente de la Antigüedad. Este texto contiene el mejor sumario de entre los autores clásicos de todos los aspectos del opio, enumerando variedades, modos de preparación y aplicaciones. Dioscórides afirmó que de la adormidera cultivada se obtenían semillas con las cuales se podía hacer pan y un aceite nutritivo, pero que el opio más potente provenía de las plantas silvestres. También explicó la forma de obtener el látex mediante incisiones de la cápsula de la adormidera. El texto de Dioscórides evidencia que la importancia que el opio había adquirido en el mundo clásico para el siglo I de nuestra era (Dioscórides, 1988, tomo II, pp. 45-49; Scarborough, 1995, pp. 5-11). 

Bien sabían los romanos que las muertes producidas por el opio no siempre eran accidentales. La droga era un instrumento ideal para los asesinos, pues sus víctimas morían en su descanso sin que fuese evidente la mano criminal. También fue empleada como eutanásico en casos de grave enfermedad. Escohotado dice que, a diferencia de los griegos, a quienes aterraban la enfermedad y la vejez, los romanos consideraron que la mejor muerte era una a tiempo, la mors tempestiva, sobre todo si era por mano propia, como correspondía a un hombre que era dueño de su destino. Más que un derecho inalienable, la eutanasia era un deber ético del enfermo y de quienes lo rodeaban cuando la vida se hacía insoportable (Escohotado, 1998, p. 209). Esto no es del todo compatible con el testimonio de Plinio el Viejo, quien cuenta que un pretoriano se suicidó con opio cuando “una enfermedad insoportable le hizo odiar la vida y también varios otros” murieron de la misma manera, pero agrega que estos eventos dieron lugar a un gran debate y varios médicos condenaron la práctica (Plinio el Viejo, 1951, vol. VI, p. 116). En general, los romanos hicieron un uso más liberal del opio que los griegos. Su capacidad de producir hábito fue señalada ya en el siglo III a.C. y los médicos romanos entendieron que su consumo prolongado generaba tolerancia, esto es, que se requerían dosis cada vez mayores para obtener el mismo efecto. Esta habituación no preocupaba, no más en todo caso que el hábito de comer ciertos alimentos. Los romanos rechazaron que el opio pudiese inducir un comportamiento inmoral o criminal, a diferencia del alcohol, cuyo uso excesivo podía derivar en conductas antisociales que eran castigadas con latigazos, prisión y, en casos excepcionales, pena de muerte (Dormandy, 2012, p. 22). 

Posteriormente, Galeno consiguió aunar el conocimiento médico y la filosofía en un sistema coherente. Sus numerosos textos se convirtieron en la principal fuente del conocimiento médico de Occidente durante muchos siglos. El punto de partida de su trabajo fue el corpus hipocrático: desarrolló la doctrina de los cuatro humores y compartía la idea de la jerarquía entre la dieta, las drogas y la cirugía. Un buen doctor debía preferir siempre la preservación o restablecimiento de los factores constitucionales mediante la dieta, pues de esta manera la mayor parte de las enfermedades se curarían por sí mismas. De ser necesario recetaría drogas y solo acudiría en última instancia a la cirugía, debido al peligro de infección o de recuperación incompleta que podía ocasionar el uso del cuchillo. De todas maneras, las drogas eran fundamentales y de su importancia para Galeno da cuenta el que les dedicara cuatro tratados sustanciales. De las drogas la más importante era el opio que tenía un efecto fuertemente refrigerante y secante, que provocaba un espesamiento de los humores y, en consecuencia, la disminución y pérdida de sensación y somnolencia. El opio era un refrigerante incluso si era administrado a altas temperaturas, de la misma manera en que el agua caliente extingue el fuego. Debía tenerse cuidado con su uso, pues el opio podía enfriar el cuerpo hasta el punto de poner en riesgo la vida, pero era de mucho valor cuando era tomado en cantidades moderadas y en combinación con otros medicamentos que contrarrestaban la naturaleza extrema de su poder refrigerante. Galeno fue un gran promotor de la triaca; gracias a su labor este compuesto adquirió su renombre y se convirtió en una medicina popular y en un importante artículo de comercio (Galeno, 1821, tomo I, pp. 666-667; Scarborough, 1995, pp. 17-18; Nutton, 2013, p. 248; Nutton, 2020, pp. 110 y 112-117).

La expansión del imperio permitió que las grandes ciudades tuviesen acceso a un rango más amplio de drogas, lo que llevó a compuestos más complejos. El mejor ejemplo lo constituyó la triaca, que se hizo cada vez más elaborada. Un buen número de emperadores consumió triaca de manera habitual. Famoso fue el caso de Marco Aurelio, cuyo médico personal, Galeno, se la suministraba diariamente como tónico y para facilitar el sueño y mantener el equilibrio de los humores (Nutton, 2020, p. 38; Escohotado, 1998, pp. 173-175). Las triacas eran productos de consumo suntuario pues contenían, además de medicinas genuinas, ingredientes exóticos y muy costosos tales como la mirra, el castóreo y la tierra sellada. La demanda de la triaca, y en general del opio, estimuló la producción y comercio de este derivado de la adormidera: la droga era producida en Egipto y Anatolia y llegaba a Roma través de Alejandría, el gran emporio de la época. Sin embargo, junto con el comercio se multiplicaron las denuncias de estafas y falsificaciones. Ya Plinio el Viejo, en el siglo I d.C., escribió sobre cómo diferenciar el opio genuino del falso. Dice Escohotado que con el tiempo el opio llegó a estar al alcance de buena parte de la población, al menos en las ciudades importantes. Como evidencia alega que un censo fiscal del año 312 d.C. indicó que en la ciudad de Roma había 793 tiendas de venta de opio y que las ventas de la droga proporcionaban un 15% del recaudo tributario del Imperio. Para esta información se apoya en el texto de un sicólogo alemán, Behr, quien no proporciona ninguna cita para apoyar su afirmación. En cualquier caso, lo que dice es imposible. En primer lugar, Behr se está refiriendo a los rizótomos, término que significa recolectores de raíces, que eran los encargados de recoger plantas con aplicaciones médicas, siendo el opio una entre las muchas sustancias vegetales de las que se ocupaban. En segundo lugar, el opio no tenía tanta importancia ni en el ámbito agrícola ni en el comercial como para generar ese nivel de tributación. La economía del Imperio romano era esencialmente agrícola y dirigida a la producción de alimentos. La agricultura generaba más del 95% del recaudo fiscal, quedando una parte muy pequeña a cargo de la industria y el comercio, porcentajes que en líneas generales correspondían a la participación de esos sectores en el conjunto de la economía. Es decir, Escohotado malinterpreta un pasaje que además es erróneo (Behr, 1981, p. 44; Escohotado, 1998, pp. 177-182; Jones, 1964, vol. 1, p. 465). En realidad, en Roma, como en Grecia, el uso del opio estaba restringido a los ricos.

Según Escohotado, el opio desapareció durante siglos de la práctica médica occidental tras la caída del Imperio romano, lo que atribuye a la intervención de la Iglesia. Dice ese autor que el cristianismo consideraba que la vida humana era propiedad divina y que el sufrimiento en la Tierra permitía la liberación del espíritu y el acercamiento a Dios. Las drogas podían ser empleadas para aliviar dolores agudos y momentáneos, pero su uso meramente recreativo o por períodos indefinidos estaba proscrito. El cristianismo juzgaba que todos los suicidas morían en pecado mortal, por lo que tuvo una opinión particularmente negativa del opio, que era usado como eutanásico. Todo esto habría hecho que desde el siglo V desapareciese toda noticia sobre drogas y ritos en los que pudiesen ser usadas. A esto se sumó la caza de brujas, que buscó no solo eliminar sus prácticas anticristianas sino también, según Escohotado, las drogas que usaban en sus ritos y hechicerías. Supuestamente, las brujas -pues casi siempre se trataba de mujeres- confeccionaban filtros y remedios que podían contener solanáceas y otras drogas. Escohotado dice que a partir del siglo IX se las empezó a culpar en las ciudades de todos los problemas. Numerosas normas prohibieron las prácticas mágicas y la creencia en la brujería y, con la bendición de los principales teólogos, empezó la persecución de las brujas, convertidas en chivos expiatorios de todos los problemas de la época. En consecuencia, el consumo del opio en el mundo occidental habría declinado drásticamente, hasta el punto de que fue casi olvidado durante siglos (Escohotado, 1998, pp. 234-240 y 246-250).

Existen varias razones para dudar de la tesis de Escohotado. Por una parte, aunque el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio en el siglo IV, Escohotado sugiere que su política antiopio solo tuvo efecto tras la caída del Imperio romano, a fines del siglo V. Cabría preguntarse qué ocurrió en el entretanto. Por otra parte, en efecto algunos líderes de la Iglesia se opusieron al uso de drogas. Por ejemplo, Taciano, un escritor cristiano del siglo II, declaró que el efecto de las drogas era una ilusión del Demonio, quien era la verdadera causa de la enfermedad y de cuya voluntad, no del uso de medicamentos, dependía su término. También existen testimonios de otros cristianos primitivos en el sentido de que la enfermedad era una prueba de fe o un castigo para los pecadores o que la salud física era irrelevante para la salvación del alma (Nutton, 2013, pp. 293-298). Pero, aunque hubo autoridades eclesiásticas que desconfiaron de las drogas, la suya no fue una actitud universal. Muchos cristianos opinaban que todo aquello que permitiera restablecer la salud física era un regalo de Dios y recordaban que los Evangelios registraron varios actos de sanación y de resucitación realizados por Cristo. Por ello la Iglesia consideró siempre como uno de sus deberes asistir al débil y sanar al enfermo, al igual que había hecho Cristo, y subrayaba que eso la diferenciaba de los paganos. Precisamente, para cumplir esa misión caritativa la Iglesia creó los hospitales (Porter, 1997, pp. 86-88). La asociación entre caza de brujas y desaparición del opio tampoco tiene sustento en los hechos. En primer lugar, nunca nadie acusó a las brujas de emplear opio en sus prácticas. Algunos de los ingredientes usados en sus ungüentos podían contener drogas como atropinas, pero esos ungüentos eran aplicados a los palos o escobas usados en sus vuelos y es dudoso que afectasen el organismo de las brujas. Además, la caza de brujas no ocurrió durante la Edad Media, cuando desapareció el opio, sino a comienzos de la Edad Moderna, hacia 1420, cuando, como se verá, el opio ya había reconquistado su lugar en los botiquines de los médicos, y alcanzó su clímax alrededor de 1600 para luego declinar y desaparecer poco antes de la Revolución Francesa (Levack, 2006, pp. 49-50 y 204-210). 

Pese a lo anterior, es cierto que el legado de la medicina grecorromana y la doctrina galénica fueron olvidados durante la Alta Edad Media. Aunque se mantuvo la creencia en algunos de sus elementos, como la doctrina hipocrática de los cuatro humores, los textos de Galeno y otros clásicos dejaron de estudiarse y la medicina adquirió un carácter puramente empírico. Y junto con el saber clásico, desapareció por siglos una de sus terapias principales, el opio. Sin embargo, como ya se explicó, es improbable que eso sea atribuible a la doctrina y práctica cristianas. Existe una razón mucho más poderosa para que el opio hubiese desaparecido de la práctica médica: la caída del Imperio romano de Occidente supuso también el fin de los vínculos comerciales y tributarios con los países donde se producía el opio. Por tanto, para sus necesidades terapéuticas los sucesores de los bárbaros se vieron obligados a depender de las drogas producidas localmente. A diferencia de las tesis de Escohotado, esta explicación se ajusta a la cronología histórica, pues el cristianismo ya se había convertido en la religión oficial del Imperio mucho antes de que el opio dejara de estar disponible en Occidente mientras que la caza de brujas es un fenómeno muy posterior, que ocurrió cuando el opio había recuperado su importante posición en la medicina (Dormandy, 2012, p. 28). El opio estuvo ausente durante varios siglos y volvió a reaparecer lentamente más avanzada la Edad Media. Se han conservado recetas de triaca en manuales de antídotos que se remontan al siglo IX (Eamon y Keil, 1987, p. 186). 

Occidente había olvidado el grueso de la sabiduría médica grecorromana, más su herencia fue preservada en Bizancio y el mundo árabe. Hubo una diferencia significativa: Bizancio se limitó a atesorar el saber médico clásico, los musulmanes preservaron e innovaron. Diversos testimonios revelan el uso del opio como narcótico en Bizancio, la nueva capital del Imperio romano, pero, como había sido tradicional en la medicina clásica, los médicos aconsejaban hacerlo con prudencia. Por ejemplo, en el siglo VI Alejandro de Tales registró una receta de un colirio contra el dolor en los ojos que contenía opio, lo que evidencia el reconocimiento temprano de los efectos analgésicos del uso local de la droga. Alejandro, el médico más reconocido de la historia bizantina, sabía que el opio era una droga muy potente que podía hacer daño a los pacientes, por lo que prefería recurrir a la dieta, los baños y el ejercicio, y solo recomendaba el opio en casos de extrema necesidad, acogiéndose a las enseñanzas de Galeno (Alejandro de Trales, 1879, vol. 2, pp. 6 y 8). Pese a la reticencia de un médico tan destacado, Escohotado dice que en el siglo VIII el opio era consumido por todas las clases sociales de la capital bizantina, igual que siglos antes en la Roma imperial. Supuestamente los ricos lo empleaban como medicina, sobre todo en compuestos triacales que incorporaban ingredientes exóticos y mágicos, mientras que los pobres consumían las semillas de adormidera como alimento y el opio para obtener placer (Escohotado, 1998, p. 255). La información que proporciona Escohotado también proviene de Behr, quien dice apoyarse en el testimonio de un tal Theodotos de Esmirna, del que no aclara su procedencia. No he encontrado otras fuentes que ratifiquen un consumo de opio tan extendido en el Imperio bizantino (Behr, 1981, pp. 45-46).  

En el siglo IX se estableció en Bagdad, la capital del califato abasí, un centro de traducciones de textos no islámicos. Gracias al trabajo que hicieron Hunayn ibn Ishaq y sus asociados con los originales y las versiones sirias que hallaron en Egipto y Siria, los musulmanes pudieron conocer el acervo médico del mundo clásico, el cual preservaron, sistematizaron y difundieron, y muy pronto empezaron a realizar aportes propios cuya influencia se extendería hasta el mundo cristiano (Porter, 1997, pp. 94-103). En la Arabia preislámica se desconocía el opio, pero, tras aprender de su importancia mediante los clásicos, los musulmanes lo usaron para todo tipo de males y en las formas más diversas. Lo usual era consumirlo mezclado con azúcar o miel y a veces con otras drogas. De esta manera, al tiempo que la producción y el consumo de opio desaparecían en la Europa medieval, florecían en el mundo islámico. Quienes sentaron las bases de este proceso fueron Rhazes, erudito del siglo IX, y Avicena, quien a principios del siglo XI dijo que el opio era la más poderosa de las drogas y recomendó el uso regular de triaca. En el siglo XII Averroes escribió un texto corto sobre la triaca que fue conocido en Occidente como el Tractatus de tyriaca; en contra de Avicena, quien había afirmado que el consumo regular y moderado del compuesto preservaba la salud de una persona lozana, Averroes recomendó su uso únicamente en casos de enfermedad y envenenamiento (Hamarneh, 1972, p. 228; Vázquez de Benito, 1999, pp. 258-264; McVaugh, 1972, pp. 118-119).

En contraste con los cristianos medievales, los musulmanes consideraban que Alá no había creado ningún padecimiento doloroso sin proporcionar también un remedio para curarlo, por lo que nunca censuraron el consumo de opio por razones terapéuticas. En todo caso, y en armonía con el espíritu clásico, los autores árabes consideraban que el opio debía ser administrado con cuidado pues era una medicina muy poderosa a la cual podían habituarse los consumidores, debilitando su mente y entendimiento y corrompiendo su espíritu, además del riesgo de sobredosis y muerte. No obstante, y a diferencia de griegos y romanos, los musulmanes emplearon el opio no sólo como analgésico y antídoto sino también como euforizante. Los musulmanes también entendieron el potencial comercial de la droga y fueron quienes más contribuyeron a su conocimiento y difusión por todo el mundo, desde España hasta China (Chouvy, 2001, p. 190). Para ese fin usaron las plantaciones de adormidera que encontraron en las tierras turcas y persas que conquistaron y fomentaron su cultivo en Egipto, que a partir del siglo X se convirtió en un importante centro productor de opio (Hamarneh, 1972, p. 230). Durante la Edad Media el opio procedente de Egipto fue comerciado por todo el Mediterráneo y tal fue su éxito que aparecieron falsificaciones y adulteraciones. Se le conocía como “tebaico”, por el nombre de su antigua capital, Tebas, la actual Luxor. El nombre de uno de los alcaloides del opio, la tebaína, también se deriva de la ciudad (Escohotado, 1998, pp. 77-78; Chouvy, 2001, p. 189). Tras las invasiones turcoafganas del siglo XI, los musulmanes introdujeron el opio a la India, donde aparentemente fue usado para combatir la disentería. La droga es mencionada en textos médicos de la tradición ayurvédica desde el siglo XIV (Porter, 1997, pp. 138-139).

A partir de la segunda mitad del siglo XI Europa Occidental conoció el saber médico clásico y árabe gracias a las traducciones de los textos procedentes de Bizancio y el mundo musulmán. Después de siglos de estancamiento la medicina occidental empezó a modernizarse. La precursora de este esfuerzo fue la Escuela Médica Salernitana, cuya labor fue complementada en el siglo XII por los traductores de Toledo. En esencia, los textos traducidos contenían el corpus hipocrático tal como había sido racionalizado por Galeno y digerido por los árabes, puesto en lenguaje escolástico, a lo que la medicina tardomedieval agregó un toque mágico-religioso. El impacto de estas traducciones fue tan decisivo para Europa como lo habían sido para el mundo árabe las realizadas dos siglos antes en Bagdad. La influencia del nuevo conocimiento se hizo evidente ya en el siglo XI, cuando los recetarios provenientes de los monasterios fueron reemplazados gradualmente por las farmacopeas árabes. Aunque el auge de las traducciones decayó en el curso del mismo siglo XII, esto no supuso el fin de la influencia musulmana. Durante las Cruzadas, el contacto con sus enemigos indujo la adopción de un enfoque más práctico en la medicina y la farmacología europeas. Los invasores cristianos pronto advirtieron que su medicina era mucho más primitiva que la árabe y durante los dos siglos de su presencia en Tierra Santa aprendieron a preparar y a usar diversos remedios. Las Cruzadas también estimularon el comercio entre Europa y el Medio Oriente de diversos productos, entre ellos drogas y plantas medicinales, que fue dominado por las ciudades italianas, sobre todo Génova y Venecia (Porter, 1997, pp. 106-109; Hodgson, 1974, vol. 2, pp. 365-366). 

Tras varios siglos de olvido y gracias a los intercambios con Bizancio y, sobre todo, el mundo musulmán, el opio recuperó su papel central en la terapéutica de Occidente en la última parte del período medieval. Su uso se difundió tanto que un autor, con algo de hipérbole, afirmó que a partir de ese momento comenzó la “irresistible ascensión del opio a panacea terapéutica en Occidente” (Escohotado, 1998, p. 297). El opio consumido en Europa era en su mayor parte importado, principalmente desde Anatolia. Desde allí era transportado a Alejandría, donde era adquirido por intermediarios, principalmente venecianos, para su reexportación al resto de Europa. El único lugar del continente donde se produjo la droga fue Trani, un pueblo en la costa pullesa. El opio conocía como tranese (tranés), se fabricaba en pequeña escala y era considerado de baja calidad (Platearius, 1913, p. 143). Las nuevas escuelas médicas que aparecieron en Italia y Francia lo recomendaron para un amplio abanico de padecimientos, sobre todo como analgésico. Prueba del interés que suscitó es su mención en varios lugares de la Trotula, un conjunto de textos sobre medicina femenina producidos en la Escuela de Salerno a mediados del siglo XII (¿Trota de Salerno?, 2001, p. 285). Sin embargo, el opio seguía siendo una mercancía costosa y por ello estaba al alcance de pocos. Evidencia de esto es que apenas se le encuentra en 39 inventarios de un total de 96 que se conservan de distintas boticas del Mediterráneo occidental de entre los siglos XIII a XVI, y siempre en cantidades muy pequeñas (Bénézet, 1999, p. 672).

En el siglo XIII fue inventada la spongia somnifera, una esponja que era hervida en un compuesto que contenía opio, beleño y mandrágora y se aplicaba sobre la nariz del paciente durante las cirugías para anestesiarlo (Dormandy, 2012, p. 40). Ugo Borgognoni y su hijo Teodorico fueron pioneros en el empleo de este artilugio. A mediados del siglo XIV, John Arderne, precursor de la cirugía en Inglaterra, aplicó el opio de manera externa como anestésico durante sus intervenciones. El problema con estas técnicas era que la evaporación del opio podía trastornar al cirujano y, en el caso de la esponja, una dosis muy grande mataría al paciente. Con el tiempo los médicos advirtieron que era preferible usar el opio tras la intervención, para reducir el dolor, en lugar de emplearlo como anestésico (Booth, 1996, pp. 25-26). Los especialistas medievales eran conscientes de las limitaciones de la droga. Algunos de ellos eran en principio contrarios al uso del opio pues consideraron que bloqueaba la percepción de un fenómeno natural como era el dolor y por tanto debía ser usada únicamente como último recurso. Este fue el caso de dos destacados representantes del ambiente universitario de Montpellier, Bernard de Gordon y Guy de Chauliac. A principios del siglo XIV, Gordon recomendó prudencia en su uso para prevenir accidentes, mientras que Chauliac, a mediados del mismo siglo, rechazó su empleo de manera generalizada. Chauliac, quien fuera médico de varios papas de Aviñón, recomendó el uso del opio solo en casos extremos de dolor, pues no eliminaba la causa de la dolencia, tan solo su sensación. El uso excesivo de la droga era peligroso y él mismo había conocido el caso de un muerto por sobredosis. En todo caso, las recomendaciones de estos dos expertos no necesariamente correspondían con la práctica cotidiana de otros médicos, que solían ser más liberales en recomendar el uso de la droga (Chauliac, 1890, pp. 618-621; Bénézet, 1999, pp. 670-671).

La forma más común de consumo del opio era como triaca. Su preponderancia en Occidente vino de mano de los musulmanes. Aunque ya se contaba con algunas prescripciones para su preparación y se sabía que Galeno la había mencionado, el primer tratado disponible en Occidente sobre este compuesto fue la traducción del Tractatus de tyriaca de Averroes, que fue discutido en la escuela de medicina de Montpellier en la década de 1280; los textos de Galeno sobre la triaca fueron vertidos al latín apenas en el siglo XIV (McVaugh, 1972, pp. 113-114). El compuesto era producido en lugares tan diversos como Constantinopla, El Cairo, Padua, Milán, Génova y Bolonia, pero fue Venecia el centro de esta actividad. La triaca era fabricada en grandes comercios de la Serenísima dedicados al negocio de especias y drogas; la ciudad también tenía serpentarios para obtener una de las principales materias primas del compuesto. Sin embargo, los boticarios venecianos se vieron obligados a sustituir muchos de los ingredientes usados para preparar las triacas en el período clásico porque no podían identificarlos o porque era imposible obtenerlos. La identificación entre Venecia y la triaca fue tal que en el siglo XII el compuesto era conocido en Inglaterra como el “treacle veneciano” (Hamarneh, 1972, p. 234; Griffin, 2004, p. 318). Debe subrayarse que, pese a la amplitud de su uso, se desconocía la potencia de la triaca y prevalecía una idea incompleta y contradictoria de sus acciones. Galeno había sugerido que las medicinas actuaban en virtud de sus cualidades primarias, pero que había algunas que tenían efectos singulares debido a su “forma específica”. Esta idea fue recogida por Avicena y aceptada por los escolásticos, quienes al extenderla a la triaca explicaron que este compuesto operaba mediante un poder oculto, no susceptible de explicación racional, y que solo médicos con una larga experiencia podían descubrir (Eamon y Keil, 1987, p. 186; Siraisi, 1990, pp. 145-146). La triaca fue el medicamento preferido por los médicos durante la Peste Negra de mediados del siglo XIV para amparar del contagio y tratar la plaga. Aunque la triaca no curaba la peste, sí fortalecía el cuerpo y era efectiva contra tres de sus principales síntomas: el dolor en los bubones y las coyunturas, la tos y la diarrea. La triaca sería usada contra la plaga hasta el siglo XVII (Nockels Fabbri, 2007, pp. 263 y 272; Inglis, 2018, pp. 62-63). 

El opio fue una droga esencial en el mundo mediterráneo durante la Antigüedad. Aunque se han propuesto fechas muy antiguas para el inicio de su uso, el registro histórico apenas comienza con el corpus hipocrático. Fue popular entre la élite romana, pero la droga casi desapareció de Occidente durante tiempos medievales. Los problemas derivados de su uso excesivo fueron señalados desde la época clásica. En la Edad Media el conocimiento y los desarrollos terapéuticos del opio estuvieron a cargo de Bizancio y, sobre todo, el mundo musulmán. Los occidentales volvieron a integrar el opio en su práctica médica gracias a los contactos establecidos con los musulmanes en los lugares en que se encontraron las dos civilizaciones: sur de Italia, España y Tierra Santa. El interés por el opio dio lugar a un animado mercado internacional con destino al mundo occidental durante el período romano y a partir del siglo XII. En ocasiones el opio era consumido directamente, tal vez mezclado con vino o miel para encubrir su sabor desagradable, pero desde tiempos romanos, y gracias a la influencia de Galeno, la forma principal de ingerirlo fue en triacas, compuestos muy complejos que incluían todo tipo de hierbas, especias, minerales y animales. El origen de la triaca estuvo en los antídotos que los potentados de la era romana crearon para prevenir los envenenamientos, pero con el tiempo su uso se amplió al tratamiento de todo tipo de males y desde la Edad Media fue el medicamento más recomendado contra las diversas pestes que azotaron al continente. Desde tiempos romanos los europeos supieron de la capacidad del opio para producir placer, pero, a diferencia de los musulmanes, no lo consumieron con ese único fin sino hasta mucho después, en el siglo XIX. Por tanto, la habituación no fue en este período una situación que preocupase ni contra la cual se advirtiese. 

Bilbiografía

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